Me pasó lo que a otros padres cuando observan lo que sus hijos ven por televisión. Si Disney aparece en la pantalla, por una razón aprendida en la infancia, uno se relaja. Pienso en mi hija, protegida en su inocencia. “¿Qué ves?”, pregunto. “Soy Luna”, contesta. Atenta a su entrega, profundizo. “¿Una nueva ficción?”. “No, mamá. Luna es de verdad”, responde con vehemencia. Evitando desarticular su confianza, pero tratando de inhibir futuros dolores innecesarios, anticipo: “Pero ella es una actriz”. “Sí, pero es igual que yo”, responde.
Patines, música, ropa, peinado, vestimenta, frescura, por alguno de estos sustantivos ella sentía identidad con el personaje principal. Luna hacía, en ese instante, presente su existencia, ¿sólo en la pantalla? Su intensidad me llevó a buscar en Google la trama de Soy Luna. Dos desagradables sorpresas y dos acciones concretas: Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y solicitud de reunión de los diputados que integramos la Comisión de Mujer, Familia, Infancia y Adolescencia con los responsables de los contenidos de la serie en Argentina.
La primera: de la intuición a la confirmación. Disney conservador. La serie presenta, en los medios y con las palabras que se destacan entre comillas, la historia de una joven adoptada en México y contrasta ese trayecto vincular con el mayor desafío de su vida, en un viaje hacia Argentina de la protagonista: descubrir su “verdadera” identidad. Ese núcleo narrativo se presenta como trama principal. Esa tradición que destaca la serie, según la cual la construcción familiar adoptiva es de segunda categoría y la biológica, la razón de la identidad y la vida, no sólo no enriquece ni protege: asusta, paraliza, distorsiona y discrimina. Es decir, viola aspectos básicos de lo que las leyes, no la tradición, indican lo que es y debe ser: el derecho a la adopción y a la identidad en Argentina. En efecto, del relato se derivan múltiples asociaciones distorsivas del derecho a la identidad de las personas, niños y adultos, garantizado en el país por la ley 23849 que ratifica la Convención sobre los Derechos de los Niños y la ley 26743 sobre la elección de la identidad de género. Y, haciendo así, no sólo presenta a la adopción como un ¿acto de caridad? de gente buena, pero sin ¿verdadera? identidad y no como un derecho y una construcción amorosa que no requiere ningún ADN para pertenecer, sino que exalta y reinstala, en pleno siglo XXI, a la biología como principio excluyente y monopólico en la construcción de la personalidad ¿de las personas, adolescentes o niños? y no como un componente más. Disney Latinoamérica, Polka. El mensaje conmueve por lo reaccionario y asusta por su impacto colectivo. “Alas”, la primera canción de Soy Luna, lanzada primero en las redes, lleva 3,6 millones de visualizaciones en YouTube y más de cien mil reproducciones en Facebook. El disco se convirtió en álbum de platino con 30 mil copias vendidas y su fan page oficial ya tiene más de 185 mil seguidores en todo el mundo.
La segunda. ¿Soy Luna? Karol Sevilla, la actriz declaró: “En el fondo no somos conscientes del tamaño del proyecto que estamos encabezando ni de la magnitud que puede alcanzar, pero creo que es lo mejor”. Agregó: “Somos un ejemplo a seguir para quienes nos ven por la pantalla, más aún siendo parte de Disney, y nuestra responsabilidad es enseñarles a los chicos ir por el camino bueno. Esta señal enseña valores que a lo mejor se han perdido o los padres no han podido inculcárselos a sus hijos, mostrar eso por televisión es, para mí, el rol más importante de mi trabajo”. Gracias, Karol, por tu esfuerzo y tu compromiso, pero tamaña gesta no es tu responsabilidad. Para eso, en Argentina, así como en tantos otros países, están las leyes de una democracia que destaca valores distintos a los que transmite la serie, que, por suerte, en cuanto a adopción e identidad, celebramos que se hayan perdido. Leyes que padres, tutores, empresas —Disney— o Estado deben respetar y cumplir.